
Fué Al-Hakem II, príncipe doctísimo y apasionado por las ciencias, las letras y las artes, cuyos libros más preciosos coleccionaba con afán, haciéndolos traer á toda costa de la Persia, Siria, Arabia, Egipto y África. Así llegó á formar en su palacio Merwan una biblioteca compuesta de unos Cuatrocientos Mil Volúmenes, distribuidos en primorosos estantes por orden de materias. El catálogo de estos libros se componía, según Ibn-Haiyan, de cuarenta tomos, en cuyas hojas solo se contenía el encabezamiento de cada obra. Era pues, Al-Hakem, por sus especiales conocimientos en todos los ramos del saber humano, uno de los hombres más doctos e instruidos de su tiempo, como biógrafo, historiador y genealogista; y llevaba a tal extremo su amor a los libros que mantenía hospedados en su palacio los mejores pendolistas, miniaturistas y encuadernadores, llegando a formar por estos medios la más numerosa, rica y preciosa colección de manuscrito que hubiese habido jamás en los dominios musulmanes, incluso Bagdad, donde Harun-elRaschid y sus descendientes habían reunido grandes tesoros de cultura intelectual.
Dicho está con esto, el nuevo impulso que las ciencias y las letras recibirían de un príncipe tan ilustrado, que así vinculaba todos sus afanes en reunir en su corte los hombres mas doctos de su siglo, y en su colosal biblioteca las obras más selectas del saber humano, por alguna de las cuales, como por el Kitab-el-Aghany,e más afamado de los libros del sabio Abu-I-Faraje, dio a su autor mil piezas de oro del valor más subido, equivalentes á unas mil onzas de la moneda corriente en España (Al-Makkari.)
Así pasó Al-Hakem los dos primeros años de su reinado repartiendo su tiempo entre los libros de la Biblioteca Merwana, las delicias del Alcázar de Medina Azahara y la conversación con los sabios sin descuidar por eso los negocios graves del Estado, que comenzaron a complicarse cuando menos se esperaba dada la paz general que se disfrutaba en España. Uno de los primeros actos del nuevo califa sea refiere Al-Makkari, fue nombrar hajib, o primer ministro a Djafar, hombre poderoso y guerrero acreditado; quien agradecido a tan señalada distinción, le presentó un regalo en esta forma: 100 mamelucos europeos, montados y armados de espada, venablo y escudo; 320 cotas de malla; 500 almetes; 300 lanzas arrojadizas; 10 cotas de malla de plata sobredorada; 100 cuernos de búfalo que servían de trompeta, y otros objetos raros y preciosos.
♦ Los conflictos en la península
Mas este primer acto de Al Hakem, fue también su primer error político puesto que añadió nuevo combustible a la hoguera que desde muy antiguo venia ardiendo, y en la que debía morir abrasado su hijo y sucesor Hixem. En efecto; Djafar era eslavo, y en tal virtud su encumbramiento al mas alto puesto del gobierno del país, debía necesariamente producir entre los generales y wasires Árabes, es decir, entre la aristocracia musulmana, la misma irritación que la confianza puesta por Abderraman III en Nadjda de Hira y otros esclavos de la misma especie. Esto indicaba que el hijo se proponía seguir la misma política que su padre en cuanto a sobreponer a la rancia nobleza andaluza los eunucos y eslavos de palacio, estranjeros todos de origen no ya humilde sino miserable, por lo cual aviváronse los resentimientos de las familias más ilustres, convencidas de que el ascendiente que los Omeyas dejaban tomar en la corte a los eunucos y eslavos, harto ricos ya y numerosos, no tenia más objeto que servirse de ellos para humillar a los nobles Árabes.
Afortunadamente vino a distraer la preocupación general uno de aquellos acontecimientos que tenían el privilegio de hacer converger la mirada de todos los musulmanes hacia un punto de interés general, al menos para los andaluces, que si fueron algunas veces rebeldes a la autoridad de los Califas, nunca fueron traidores al principio religioso que representaba, acaso por encontrarse los más distantes de los Ramiros de León.
Hé aquí el suceso. Cuentan las crónicas cristianas que un conde castellano llamado Vela, que fuera expulsado de Castilla por Fernán González, se había refugiado con sus parciales, por los años 962 en Córdoba, donde se vio bien recibido y agasajado por el Califa, a quien instaba continuamente, para los fines de su venganza y ambición, a que hiciese la guerra a sus hermanos de allende el Duero. A los ruegos del traidor, uniéronse para decidir el ánimo de Al-Hakem, los pliegos que con frecuencia llegaban a Córdoba enviados por los gobernadores de la frontera, dando cuenta de las repetidas correrías que los cristianos de Castilla hacían en territorio musulmán, saqueando los pueblos, arrebatando los frutos y los ganados, en términos que el país se hacia ya inhabitable para sus moradores.
El califa de Córdoba vivía en paz con el rey de León, a quien los más poderosos motivos de gratitud vedaban el quebrantarla; pero el poderoso conde de Castilla, que se había emancipado de hecho de la soberanía de Sancho I, no teniendo aquellos motivos, la rompió atropelladamente, y fue causa de que se renovase la guerra, que parecía olvidada desde el año 955, entre cristianos y musulmanes. Aguijoneado, pues, Al-Hakem de un lado por las excitaciones del conde Vela, y del otro por la necesidad de poner coto a las correrías de los castellanos en sus dominios, dispuso abrir ejecutivamente la campaña en los Estados del conde de Castilla; y a fin de activarla así como deseoso de mostrar a sus súbditos que no había dejado en los estantes de la Biblioteca Merwana el valor guerrero de su estirpe, se trasladó á Toledo, para activar con su presencia y autoridad los preparativos militares.
Reunidas las banderas, el Califa se puso al frente del ejército, entró con él en tierra de cristianos (Conde, c. 89), y puso cerco á la fortaleza de San Esteban de Gormaz. Acudieron los castellanos al socorro de la plaza; mas fueron completamente derrotados, después de cuya victoria los musulmanes tomaron por asalto la fortaleza, pasaron al filo de la espada su guarnición y arrasaron sus murallas. La misma suerte cupo á Simancas, Coca, Osma y Coruña del Conde, y finalmente a Zamora, (lo cual ponemos en duda, pues esta plaza pertenecía al rey de León). Terminada la campaña, el Califa regresa a Córdoba donde se le tenia preparada una entrada triunfal, y se le aclamó Al-Mostansir Billah (el que confía en el auxilio de Dios.)
El suceso más singular de esta campaña, fue, según testimonio de los cronistas obispos, Rodrigo de Toledo y Lucas de Tuy, que en ella no solo tomó parte activa el conde Vela con sus parciales, sino que en todos los encuentros se mostró cruel, cruelísimo con los cristianos, matando despiadadamente cuantos caían en sus manos. Como se ve, la traición del walí de Santarem Omaiya-ibn-Ishac, que en 937, buscó apoyo en la corte de León para los fines de su venganza, y su conducta en la batalla de Simancas, fue servilmente copiada en los años de 962 y 63 por un conde cristiano. Este es un signo inequívoco de la influencia que las costumbres de los musulmanes ejercieron en los cristianos a medida que el roce político y social se hacia más frecuente entre las dos razas; y lo es también del acrecentamiento de poder del reino situado al Norte del Duero.
La campaña del año 964 no fue menos venturosa para las armas del Califa que la del anterior. Castilla, Navarra, cuyo rey, García el Temblón, parece que había infringido las condiciones de un tratado celebrado con Al-Hakem, y el condado de Barcelona sufrieron alternativamente la devastaciones de los musulmanes, y se vieron en la necesidad de pedir la paz.
Sancho I de León, despavorido, dice un historiador de nuestros días, -¿Por que? ¿No debía el trono á Abderraman III? ¿No había vivido tres años en Córdoba, probablemente en intimidad con el mismo Al-Hakem? ¿No había observado religiosamente hasta entonces el tratado de amistad y alianza que celebrara con el glorioso Califa!—envió mensajeros a Córdoba que entablasen con Al-Hakem negociaciones de paz (léase que renovaran los antiguos tratados). El Califa recibió complacido la embajada; obsequió espléndidamente a los enviados de León en su palacio de Medina Azahara, y terminada su misión diplomática, los hizo acompañar hasta León por un wazir de su consejo que llevaba encargo de presentar en su nombre, a Sancho I, dos hermosos caballos de pura raza árabe, dos preciosas espadas de fábrica toledana y cordobesa y dos halcones escogidos entre los más generosos y altaneros (Conde, c. 89). Alentado el Leonés con el éxito de su primera embajada, en el año siguiente solicitó del Califa Al-Hakem la devolución y traslación a su capital, del cuerpo del santo mártir Pelayo, a lo que accedió el soberano de Córdoba (Sampiro. Annal. Compost.)
♦ Las invasiones Bárbaras
El año 966, encontrándose Al-Hakem, en paz con todos los reyes y príncipes cristianos de la Península, pudo entregarse con holgura a su pasión dominante por las ciencias y la literatura, y á los cuidados del gobierno y administración de su imperio. De estas atenciones vino á distraerle una comunicación del wali de Cazr abi-Danis (Alcacer do Sal, en Lusitania) que le anunciaba la aparición de una flota normanda en aquellas costas.
He aquí los términos en que el historiador IbnAdhari refiere el suceso de la tercera Invasión de los piratas Normandos, en las costas de la España musulmana (Dozy, Recherches, t. 2.° p. 302).
«El 1º de Redjeb del año 355 (23 de junio de 966), se recibió en Córdoba la noticia de que una flota normanda había aparecido en el mar del Oeste; que los habitantes de toda la costa estaban muy sobresaltados, sabiendo que acostumbraban hacer desembarcos en España, y, por último, que la flota se componía de veintiocho naves. Muy luego llegaron otras comunicaciones procedentes del mismo punto, en las que se daban nuevas noticias de los piratas, que habían saqueado la costa y llegado hasta cerca de Lisboa. Los musulmanes les salieron al encuentro y les dieron una batalla en la que muchos de los nuestros murieron como mártires, y no pocos infieles fueron pasados al filo de la espada. La armada musulmana zarpó del puerto de Sevilla, y avistó la de los Madjiojes en el río de Silves. Los nuestros pusieron varios bajeles enemigos fuera de combate, dieron libertad a los prisioneros musulmanes que se encontraban en ellos, mataron muchos infieles y dispersaron los demás. Desde entonces llegaron á Córdoba con frecuencia noticias de los movimientos de los Madjiojes por el lado de Oeste, hasta que Dios los alejó.»
En otro lugar dice: «En este mismo año, Al-Hakem dio orden a Ibn-Fotais, para que entrase la escuadra en el río de Córdoba (Guadalquivir) y que mandase construir naves semejantes á las de los Madjiojes (extermínelos Dios) á fin de que estos, creyéndolas de las suyas se acercasen á ellas.»
Ibn-Kaldun dice lo siguiente acerca del mismo suceso: «En este año los Madjiojes aparecieron en el Océano, y saquearon los alrededores de Lisboa. Después de una batalla empeñada con los musulmanes, volviéronse a sus naves. Al-Hakem mandó a sus generales defender las costas, y a su almirante Abderram ibn-Romahis que se hiciese inmediatamente a la mar. Después se recibió la noticia de que las tropas musulmanas habían derrotado al enemigo en todos los puntos.»
Creo, dice Dozy, haber encontrado en Dudon de San Quintín, la relación de la batalla que tuvo lugar cerca de Lisboa, y de la que dan noticia los cronistas arábigos. Se ha creído hasta ahora, que la narración a que aludo se refiere a una batalla que tuvo lugar en Galicia; pero las palabras de Dudon no admiten semejante suposición. Dice, que habiendo sido degollados los campesinos en muchos puntos, un ejército español fue enviado contra los Normandos que lo derrotaron, y que habiendo vuelto los piratas tres días después sobre el campo de batalla para despojarlos muertos, vieron con sorpresa que los cadáveres de los negros tenían algunas partes blancas en tanto que otros habían conservado su primitivo color. «Desearía saber, añade Dudon, cómo me explican este fenómeno los dialécticos que aseguran, que el color negro es inherente al cutis de los Etíopes, y que no cambia nunca,» Paréceme que este párrafo se refiere a los Moros y no a los Gallegos. En los sagas (canciones históricas) del Norte, se llama a los Sarracenos Blamenn, hombres negros, porque los Escandinavos creían que todos los Sarracenos eran de este color. Así que al desnudar los muertos en el campo de batalla, los Normandos debieron ver con sorpresa que los moros eran tan blancos como ellos a pesar del color tostado de su rostro, cuello y manos.
Dudon, como se ve, atestigua que los musulmanes fueron derrotados en aquella batalla, lo que en vano trata de disimular Ibn-Adhari. Sin embargo, los Normandos acabaron por ser vencidos; pues por más valientes que fueran no era posible que pudieran resistir a las excelentes tropas y á la poderosa marina de Al-Hakem II.
Pocos años después de, haberse alejado de las costas de la España musulmana aquellos feroces y sanguinarios piratas,—que al poco tiempo aparecieron sobre las de Galicia, en cuya provincia fueron al cabo exterminados, después de haber saqueado la comarca de Compostela y extendido sus devastaciones hasta los montes de Cebrero,—llegaron a Córdoba noticias de suma gravedad relativas a los asuntos de África, donde la audacia de los Fatimitas y la traición del Edrisita El-EIasan, habían vuelto á encender la guerra contra los andaluces.
♦ Los problemas con los territorios de África
Parece, pues, que el Califa Fatimita de Kairwan había enviado, en 968, un ejército al Magreb para avasallar las tribus Zenetas que se negaban á prestarle obediencia. El edrisita Hasan, que gobernaba aquella región en nombre de los Califas de Córdoba, abandonó la causa de su soberano y se unió a los Fatimitas, haciendo proclamar en todas las mezquitas de su gobierno el nombre del Califa de aquella dinastía, Moez Ledin Alá. La guerra que se siguió a esta traición fue larga y desgraciada para los andaluces, que de derrota en derrota se vieron al fin (972) encerrados en Tánger y Ceuta, las únicas plazas que quedaban, por entonces, en África bajo el dominio del Califa de Occidente. Alarmado Al-Hakem por aquellos transcedentales descalabros, envió fuerzas considerables al teatro de la guerra; y despidió al caudillo del ejército expedicionario con las siguientes palabras: «No vuelvas á Córdoba sino muerto ó vencedor. El fin es vencer; así no seas avaro ni mezquino en premiar a los valientes, ni olvides que también el oro gana batallas.» La intención del Califa fue comprendida y sus órdenes ejecutadas al pié de la letra. Las tribus que resistieran tan gallardamente a las espadas andaluzas se dejaron ablandar por el oro, y en una sola noche abandonaron a El-Hasan, que huyó con algunos caballeros a refugiarse en una fortaleza inexpugnable llamada la Peña de las Águilas, donde tenía su harem y sus tesoros.
Bloqueáronla tan estrechamente las tropas andaluzas que hasta llegaron a cortar el agua a sus defensores. El-Hasan reducido al fin a la última extremidad, pidió capitulación, que le fue concedida, bajo la condición de venir a España a hacer personalmente sus conciertos con el Califa de Córdoba. Dueños los andaluces en una sola campaña (973 á 974) de todos los pueblos y fortalezas del Magreb, restablecieron la autoridad de su soberano en Féz, dejaron asegurado el país y regresaron a España embarcándose en Ceuta.
Magnánimo y generoso Al-Hakem, recibió en Córdoba con señalada honra y distinción al vencido y prisionero edrisita El-Hasan; le cedió para morada el palacio Mogueiz, donde se hospedó el desleal con su familia y tesoros, y señaló sueldo a los jeques y jinetes de los Beni-Esdrises, que en número de 700 habían acompañado al ex-emir del Magreb, y que pidieron permiso para avecindarse en la capital.
Permanecieron los Edrisitas en Córdoba hasta el año 975, en el que por motivos de una desavenencia ocurrida entre el Califa y El-Hasan, el ex-emir y los suyos fueron expulsados de Andalucía y desterrados á Oriente, a donde los trasportaron bajeles salidos del puerto de Almería, a fines de aquel año.
♦ La pacificación trae la cultura
Con la pacificación, o más bien diremos, reconquista del África septentrional por las armas andaluzas, quedó asentada firmemente la paz general en todos los dominios dependientes del Califato de Córdoba. Paz que desde el año 964, se mantenía inalterable entre cristianos y musulmanes; pero que desgraciadamente no disfrutaron los primeros, entregados a mil rivalidades y discordias intestinas, que los debilitaban y enflaquecían cuando más necesidad tenían de unión y concordia para hacer frente a la robusta consolidación del enemigo común; que si bien no quiso aprovecharse materialmente de sus antipatrióticas divisiones se utilizó moralmente de ellas, ofreciendo a los ojos del mundo el contraste entre la cultura, el orden y la prosperidad en que vivían los sectarios de Mahoma, y la rudeza y anarquía en que yacían los fieles de Jesucristo.
Dicho se está con esto cuanto progresarían todos los intereses morales y materiales de Andalucía bajo el influjo de tan bonancible situación; y el entusiasmo con que el docto Califa se consagraría casi exclusivamente a sus ocupaciones favoritas de estimular las ciencias, las letras y las artes, y en providenciar todo cuanto su ilustrado celo conceptuaba necesario a la buena administración del Estado y al fomento de sus intereses bien entendidos.
Por aquel entonces ya fuera presentimiento de su cercano fallecimiento, ya por complacer a su esposa predilecta (según dice conde) la Sultana Sohbeya, madre de su único hijo Hixem, hizo celebrar con magnifico aparato el reconocimiento y proclamación del principe a quien dejaba por heredero de uno de los tronos más respetados y admirados del mundo. Convocáronse al efecto, en Córdoba, los walies de las provincias, los wazires, los khatibes, los jeques de las coras principales y todos los dignatarios de la corte y gobierno del Califato, y se decretaron grandes fiestas y regocijos públicos en la capital y en todos los pueblos del imperio. Los literatos y los poetas contribuyeron como la clase que más, al esplendor de aquellas fiestas, celebrando en sus escritos al Califa literato y poeta también, que les honraba y protegía. Con esta ocasión, (Conde, c. 93) le presentaron al soberano elegantes composiciones en verso, de muchos célebres ingenios de España. Admiráronse y aplaudiéronse las composiciones de los hermanos Ahmedy Abdala ben-Ferah, de Jaén; las de Jonas ben-Abdala, Cadí de Badajoz; la elegante descripción de la comarca de Elvira, presentada por el geógrafo granadino Aben-Isak el Gasani; los escritos de los insignes eruditos de Guadalajara Ahmed ben-Fortun el Madjuni, y Ahmed benYanki: encomiáronse los dulces conceptos del poeta sevillano, célebre por sus poesías descriptivas, Ibrahim ben-Chaira Abes-Ishac; por último, fueron muy festejados por su ingenio Suleiman ben Chalaf, Cadí que había sido de Ecija; Yahye ben Hixem; el docto poeta cordobés, Yahye ben-Hudeil; Jonas ben-Mesaud y Yaix ben-Said de Baena.
No menos brillaron en aquella ocasión por su elegancia y fecundo ingenio, las selectas composiciones de Lobna, doncella de celebrada hermosura, y muy docta en gramática, poesía, aritmética y otras materias; de Falima hija de un doméstico de la casa del Califa; de Ayja, la Cordobesa; de Cadija; de Maryens, que daba lecciones de erudición y poesía a las doncellas de las principales familias de Sevilla, y de cuya escuela salieron mujeres tan insignes en el saber, que fueron el encanto de los príncipes y grandes señores, y por último, de Radhia, la llamada Estrella Feliz, liberta del Califa Abderrahman el Nasir, que fué la admiración de su siglo, por sus elegantes versos y eruditas historias, y que después de la muerte de Al-Hakem viajó por el Oriente donde causó admiración a los doctos.
Después de esta rápida y extractada enumeración de los poetas y literatos que celebraron en sus escritos la jura del principe Hixem, ¿qué podríamos decir que no fuera pálido, en elogio de la civilización de Andalucía en el siglo x, y de la cultura y costumbres de una raza tan mal juzgada y tan calumniada en todos los siglos que precedieron al nuestro, desde el vía, por cronistas e historiadores latinos no solo españoles sino también extranjeros? Estas jóvenes de singular belleza que hacen una ocupación o una profesión del cultivo de las letras; que alternan en academias, tertulias y certámenes con los doctos, literatos y poetas; y estas damas que se dedican al estudio de las letras humanas y son luego el encanto de los palacios de los magnates ¿no revelan que la sociedad donde formaron su inteligencia, rayó a una altura tal de grandeza literaria, es decir, de civilización, que casi puede dar celos a la nuestra? Ah! si fue una gran desgracia para España su conquista por los Árabes, y un espantoso cataclismo para la cultura musulmano-andaluza la de los feroces Almoravides, que abrieron las puertas de la Península a los bárbaros Almohades, razas procedentes del Atlas, que fueron a los Árabes de España en el siglo XI, lo que los Bárbaros del Septentrion a los Romanos en el V, no es menos de lamentar que la pasión política y religiosa de nuestros abuelos, haya dejado perder, (que no destruyó, como veremos más adelante) aquellos inapreciables manuscritos, verdaderos tesoros literarios que contenían, o en los que debieron coleccionarse, las obras de aquellas elegantes poetisas e inspirados vates, que en el siglo X levantaron a tanta altura la poesía arábigo-española: aquella poesía clásica en cuanto que se inspiraba en los modelos antiguos; aquella poesía, a la que llama Dozy Hija de los palacios, que no se dirigía al pueblo, sino a los hombres doctos, a los grandes y a los príncipes.
♦La Biblioteca
Esta era, pues, Andalucía, cuando todavía la mayor parte de Europa yacía envuelta en las tinieblas de la semi-barbarie. Esta era la corte de Al Hakem II, de aquel entre todos los soberanos musulmanes que más amor tuvo a las letras y que más se desveló por su esplendor, si se exceptúan Haarunel-Raschid de Bagdad, y Abderrahman III de Córdoba; de aquel príncipe andaluz que llegó a reunir, (según Casiri) en los últimos años de su reinado, en la famosa biblioteca del palacio Merwan, Seiscientos Mil Volúmenes Manuscritos!, cifra enorme increíble, para aquellos tiempos, y aun para los nuestros, en los que, á pesar del auxilio de la imprenta, y del fabuloso impulso que este gran multiplicador y propagador de las ideas ha recibido con los progresos de la mecánica, son pocas las bibliotecas en el mundo que reúnen tan considerable número de volúmenes Impresos.
En aquella inmensa y selecta biblioteca, con cuya fundación, un Califa andaluz descendiente del más sañudo perseguidor del Profeta, lavó el borrón que sobre la raza Árabe había echado otro Califa, primo de Mahoma, mandando quemar la famosa de Alejandría, existían excelentes traducciones de los más célebres autores griegos, Eúclides, Arquímedes, Apolonio, Perjeo y Aristarco de Samos. Así es, que la escuela filosófico-musulmano-andaluza, se formó con las obras de Aristóteles; los médicos con las de Hipócrates y Galeno, y los geógrafos con los escritos de Tolomeo. De ella partió y se difundió por el otro lado de los Pirineos el conocimiento de las obras del filósofo de Estajira y preceptor de Alejandro el Grande. En ella existía una traducción arábiga del Almajesto de Tolemeo que se vertió al latín y se propagó por Europa antes de aparecer el texto; en suma, abundaban en sus estantes diccionarios de varios idiomas, historias, novelas y tratados de ciencias exactas y ciencias naturales, que estudiaban con afán los musulmanes españoles. Se sobrentiende que los más numerosos serian las colecciones de poesías, dado el entusiasmo con que la cultivaban los Árabes, y la vehemente afición que la profesaba Al Hakem. «Enseñad la poesía a vuestros hijos, había dicho Mahoma, porque despeja el entendimiento, engalana la sabiduría, y graba en el alma las virtudes heroícas.»
En la escuela musulmano-andaluza de los tiempos de Al Hakem II se formó uno de los hombres más notables de su siglo, astrónomo, matemático y mecánico que se llamó Gerberto, y que fue tenido por sus contemporáneos como nigromántico o hechicero antes de ceñirse la Tiara y tomar el nombre de Silvestre II. Gerberto, que debe figurar en primera línea en la historia de las ciencias Matemáticas, vulgarizó en Francia el sistema de numeración atribuido á los árabes; y siendo obispo de Reims, construyó el primer reloj, que se había visto en Europa, cuya posición arregló a la estrella polar, y cuyo movimiento regulaba con un balancín; habiendo aprendido su construcción y mecanismo de los árabes de España. Aquel ilustre sabio, ni aun sentado en la silla de San Pedro, olvidó nunca a sus maestros ni a España donde había formado su inteligencia y adquirido el caudal de ciencia que tan célebre le hizo en Francia, en Italia, en Alemania y en el imperio griego.
Fácil es suponer, que dado el impulso por el sabio Califa, y tomando ejemplo de su corte donde los hombres más doctos ocupaban los primeros puestos del Estado, el movimiento científico-literario se dejaría sentir con intensidad en todas las provincias del imperio, cuyos walies y familias más poderosas se extremarían en proteger las letras y en fomentar todos los intereses morales y materiales de los pueblos.
♦ La sociedad de la Córdoba de Al Hakem II
Mas no fué solo la cultura intelectual la que alcanzó tan ingente altura bajo el cetro de Al Hakem II; sino que también la material recibió un vigoroso impulso con la protección que merecieron al Califa las artes, el comercio, la industria y la agricultura. Así es que, según cuentan los historiadores arábigos, en el empadronamiento general que se hizo en su tiempo, se contaron en la España musulmana, seis ciudades populosísimas capitales de walíatos; ochenta ciudades muy pobladas; trescientas poblaciones de tercera clase, y castillos, aldeas, lugares, alquerías y cortijos en número tan considerable, que en las comarcas que riega el Guadalquivir, existían doce mil, y en la Vega de Granada ciento treinta molinos y quinientas quintas.
Solo en Córdoba se contaban doscientas mil casas; seiscientas mezquitas, con sus respectivas escuelas de niños—pues los árabes-Españoles del siglo X seguían el sistema de los Norteamericanos de los siglos XVIII y XIX en materia de población y colonización—ochenta escuelas para la enseñanza superior, novecientos baños públicos y cincuenta hospicios. Los ingresos anuales del Tesoro ascendían a doce millones de mitkales de oro, sin contar el diezmo que se pagaba en frutos. Se explotaban minas, por cuenta del Califa o de los particulares, de piedras preciosas, de oro, plata, azogue, cobre hierro y plomo; por último, pescábase coral en las costas de Andalucía, y perlas en las de Tarragona.
La agricultura tan floreciente en los reinados anteriores desde el siglo VIII, adquirió con la dilatada paz del tiempo de Al Haken un desarrollo incalculable en todas las provincias de España. Abriéronse acequias en Granada, Murcia, Valencia y Aragón; se trajeron árboles, plantas, flores, semillas de los países de Oriente para aclimatarlas en España. Fue, en suma, tanta la prosperidad de esta primera y principal fuente de la riqueza de los pueblos, que bajo el providente Califa Al Hakem, «las espadas y las lanzas, como dice uno de sus historiadores, se convirtieron en azadas y en rejas de arado, y los musulmanes antes tan turbulentos, rebeldes y batalladores, en labradores o ganaderos apacibles. Hasta los más egregios y encumbrados nobles gustaban de cultivar sus jardines y huertas con sus propias manos, de manera que no pocos guerreros ilustres y sabios afamados habíanse trasformado en campesinos.»
Cosa notable es, pero que no nos sorprende dado que las mismas causas producen los mismos efectos: ese rasgo de carácter que distingue en nuestros días a la aristocracia británica, rasgo que tanto realza sus gloriosos timbres y que tanto contribuye a la fabulosa prosperidad de este gran pueblo, fue también peculiar de la aristocracia andaluza en el siglo X.
Con la agricultura próspera, como no podía menos de suceder, la ganadería. Perfeccionose la raza de los caballos españoles a beneficio de su cruzamiento con la arábiga. De aquel tiempo data el honrado consejo de la Mesta, de los últimos nuestros, y hoy llamada Asociación general de ganaderos, que entre los Árabes, aun más que en el día, llegó a formar una especie de institución pública. Entonces, como ahora, trashumaban, por el mes de abril inmensos rebaños de ovejas de las dehesas de Extremadura y Andalucía a los pastos de Molina de Aragón, y volvían en octubre a Andalucía y Extremadura. Rebadanes y ganados llamábanse, entre los árabes, moedinos, y conjetura Conde, (c. 94) «ser fácil que alterado este nombre, de él haya procedido el de nuestros ganados merinos.»
Debiendo hacer mención detallada, en la Historia particular de cada provincia de Andalucía, de las mejoras que en todos los ramos de la administración pública se realizaron en cada una de ellas, bajo el sabio y paternal gobierno del último de los Califas Omeyas, que mereció, tanto o más que sus antepasados, el nombre de grande e ilustre, nos limitamos, por ahora, a la reseña general que acabamos de hacer de la prosperidad moral y material en que vivió España y sobre todo Andalucía en los años de su reinado.
♦ Falleció este magnánimo príncipe el día 29 de setiembre de 976.
«Pasaron sus días (Conde, c. 94) como pasan los agradables sueños que no dejan sino imperfectos recuerdos de sus ilusiones: pasó a las moradas eternas de la otra vida, en donde hallaría, como todos los hombres, aquellas moradas que labró antes de su muerte con sus buenas o malas obras. Murió en Medina Azahara el 2 del mes de Safar del año 366 de la Hégira, a los sesenta y seis de su edad, y quince, cinco meses y seis días de su reinado. Un inmenso acompañamiento de caballeros de la ciudad, y el pueblo todo de Córdoba y de su comarca siguió el féretro hasta el cementerio de la Ruzafa, donde mandara, en vida, labrar un panteón para colocar sus restos mortales. Hizo la plegaria por él su hijo Hixem, que bajó al sepulcro y salió bañado en lágrimas.
Aquel llanto justísimo, fué, además, un triste presentimiento de la desventura que esperaba al joven príncipe, pues con su padre sepultose para siempre la grandeza de los Omeyas, cuya dinastía se extinguió en el panteón de la Ruzafa, y en la dorada prisión donde iba a quedar encerrado el hijo de Al Hakem II, príncipe a quien por ironía, apellidaron el protegido de Dios.
Con la muerte del más sabio e ilustrado entre todos los Califas de Córdoba, cambió completamente la faz de los pueblos de la España cristiana y musulmana. Al reinado de las letras sucedió inmediatamente el de la espada, bajo la administración regencia de un genio extraordinario y colosal, que destruyó la aristocracia andaluza y con ella el esplendor y grandeza del Califato de Occidente, y que renovó a fines del siglo X la desesperada situación en que se encontrara la España cristiana. Antes de comenzar la narración de los extraordinarios sucesos que acontecieron en esta época, cúmplenos dar, para su mejor inteligencia, una breve noticia geográfica de la extensión que en estos tiempos tenia el Califato de Córdoba en la Península Ibérica.
♦ Los territorios de Al Hakem II
Sus límites eran: Al Oriente, las costas del Mediterráneo hasta Tarragona; al Norte, el nacimiento o formación del Segre siguiendo hacia Poniente por Monzón, Barbastro, Benaverre, Huesca, parte del río Gállego y Soria, fronteras del reino de Navarra, y desde esta última ciudad todo el curso inferior del Duero hasta su desembocadura en el Océano Atlántico; al Poniente y al Mediodía, este mar y el Mediterráneo: finalmente, comprendía en sus dominios las islas Baleares.
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El texto es una transcripción corregida y actualizada al castellano actual del libro:
Historia general de Andalucía: desde los tiempos más remotos hasta 1870
Escrito por Joaquín Guichot. 1ª Parte. Tomo IV. Año 1870
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