REPORTAJE: Signos
La Mezquita recupera su isla de luz.
La restauración del crucero cristiano devuelve su iluminación original
MANUEL J. ALBERT – Córdoba – 30/01/2009 – El País
El monumento más importante de Córdoba, su Mezquita-Catedral, es un edificio tan complejo como la propia historia de la ciudad. Sus muros encierran un mapa temporal de 1.300 años en el que cada columna, cada arco y cada nave de las distintas ampliaciones reflejan la evolución del sentir y de las creencias de los cordobeses. Además de su propia religión. Porque, tras la invasión cristiana de la ciudad en 1236, el templo islámico fue convertido en catedral católica. Y casi tres siglos más tarde, terminó albergando en su seno una nueva remodelación, al gusto tardogótico y prerrenacentista de los tiempos, que terminaría por darle la contrastada y característica forma final al edificio.
El presupuesto de la obra supera los 3,5 millones de euro Todavía no está claro por qué se cegaron las ventanas
Desde hace dos años, el crucero cristiano levantado a partir de 1523 en el corazón de la Mezquita por Hernán Ruiz y sus herederos, está siendo restaurado. Con un presupuesto que supera los 3,5 millones de euros, la obra se encuentra en su fase final y ya puede apreciarse uno de sus mayores logros: la recuperación de la luz original.
Todo el que haya visitado la Mezquita de Córdoba conoce la tenue iluminación del bosque de columnas y arcos de medio punto y herradura, que llena el espacio de una sombra de misterio. La intervención cristiana del siglo XVI significó llenar de luz la parte central del templo. No obstante, esta isla luminosa terminaría oscureciéndose con el paso de los siglos. Muchas de las ventanas que dejaban pasar los rayos del Sol se tapiaron y las paredes de piedra encalada, así como la decoración de pan de oro, fueron apagándose debido al polvo acumulado.
Las metas marcadas por los equipos de restauración, dirigidos por los arquitectos Gabriel Ruiz y Gabriel Rebollo, han sido devolverle el lustro original a los sillares y abrir los vanos que fueron tapados, lo que permite que el crucero se ilumine un 50% más que hasta ahora. Todavía no está claro por qué se cegaron las ventanas. Siempre se había pensado que, a raíz del terremoto de Lisboa de 1755 -que afectó a Córdoba-, el cabildo decidió cubrir los vanos, quizás para reforzar el conjunto. Pero los arquitectos encargados de la reforma se han dado cuenta de que esta obra, tal y como se había realizado, no tenía ningún fundamento estructural. Por ello se piensa también que tal vez se quiso aislar el interior del frío.
«Devolviendo la luz natural al edificio, recuperamos algo que consideramos básico: el contraste entre la poesía de sombras de la Mezquita y la poesía de luces del crucero cristiano», señala Rebollo. Una luz que, como destaca su colega Gabriel Ruiz, ya no es gótica, sino renacentista. «Hernán Ruiz vivía una época de transición. En el gótico, primaba la luz de colores que se reflejaba por las vidrieras historiadas; en el Renacimiento, se busca una luz blanca, pura y total. Porque se considera que ahí se encierra la verdad; que ahí está Dios». La luz blanca, reflejada a su vez en los muros encalados y el pan de oro (del que se ha respetado entre el 80% y el 89% del original), creaba un verdadero foco de reclamo para el feligrés. No obstante, el crucero cristiano siempre ha sido visto con recelo por una parte de los visitantes, que le achacan que, demoliendo más de 1.500 metros cuadrados (de un total de algo más de 23.000 que tiene el conjunto de la Mezquita), haya desvirtuado una obra que era única. «Nuestra labor en la restauración del crucero no es reivindicarlo, sino dar a entender que, con su presencia, lo que se consigue es completar el conjunto, cerrando la sinfonía de todo el edificio», explica Ruiz.
Una sinfonía de piedra que ha tenido numerosos compositores a lo largo de su historia. Arquitectos, canteros, carpinteros, escultores… Todos han dejado su impronta. Y todos ellos han sido estudiados por los encargados de esta última restauración. «Todo nuestro trabajo se basa en un continuo diálogo entre nosotros y aquellos que han trabajado siglos antes aquí. Y cualquier solución a los problemas que nos hemos encontrado, la hallamos en función del legado que ellos dejaron. Su trabajo deja las pistas para nuestras resoluciones», explica Ruiz, quien destaca que la vocación de los restauradores ha sido pasar lo más inadvertidamente posible. «Estamos orgullosos de no dejar firma ni imagen de nuestra presencia», dice.
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