«Dios es la luz y ama mirarse en todas las almas en que centellea»
Mahoma.
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Podemos realizar una lectura de este edificio en función de un elemento que le ha configurado el carácter a lo largo de su trayectoria: la luz. Cuando Dios creo el Universo, hizo brillar la luz. El juego de la luz es un acto de creación y un gesto arquetípico del Dios Creador.
En el origen, el rectángulo que configuraba la planta se encontraba abierto en su lado norte, al patio (sahn). La luz disminuía de forma gradual según nos acercábamos al muro sur (quibla), donde el mihrab y su proyección zenital le hacia adoptar un carácter escenográfico e infinito.
Este carácter etéreo, es destruido en el momento en que una vez consagrado como templo cristiano, se decide cerrar las arcadas que comunicaban patio y se sume el interior en la sombra (1). El remedio para este desastre es abrir las linternas de las cubiertas perdiendo definitivamente la transición luminosa que le confiere la magia original.
Posteriormente, y para desechar cualquier tentación de una vuelta del edificio al rito musulmán se construye en el centro del mismo la catedral cristiana, lo que cierra definitivamente la perspectiva en profundidad desde cualquier punto de su superficie hacia el muro de la quibla y consecuentemente, el mihrab.
La maestría de los arquitectos renacentistas que entendieron la sutileza del edificio original, hizo que durante posteriores intervenciones se reinventara un cierto dialogo entre los dos templos, levantando el edificio renacentista, haciendolo respetuoso con la mezquita aljama.
Desgraciadamente, esta sensibilidad hacia le edificio original, desaparece cuando se integra el coro en la peor de las ubicaciones posibles, la nave central, lo que definitivamente hace irreconocible el concepto original.
Aun así, la catedral y sus vanos aportaban un flujo de luz que distinguía de una manera evidente la invasión del luminoso edificio cristiano sobre el musulmán en penumbra, distinguiendo así los dos conceptos, hasta que se sustituyen los artesonados de madera por unas mediocres falsas bóvedas de escayola blanca que apuntillan cualquier recuerdo de la mística original.
Hoy, en su visita, deben de confiar en su imaginación y siguiendo estas referencias, intentar ver y comprender la genialidad de los alarifes y arquitectos que entendieron este maravilloso y espiritual edificio.
Rafael de La-Hoz
(1). El obispo Ioanes Oximensis, después de consagrado el templo al culto cristiano, observó que por las arcadas abiertas al patio, seguían entrando las golondrinas y anidando en su interior, lo que consideró un grave sacrilegio. De esta manera las exhortó a que depusieran su actitud, y puesto que persistían en su conducta, las excomulgó a la vez que tapia los arcos.
He incluido una vieja pintura que refleja el efecto de la luz islámica.
El cuadro podría estar en la Real Academía de Córdoba, le seguiré la pista.